Iron maiden Book of souls

El nuevo disco de Iron Maiden, The Book of Souls, trae consigo algunos datos que son carne de cañón de cualquier nota de prensa. Es el primer doble CD de la banda (y, por tanto, el más largo de su discografía, con 92 minutos de duración); el primero desde Powerslave en el que Bruce Dickinson es el único compositor de varios temas (y Steve Harris no recibe créditos en todos ellos; Nicko McBrain no aparece en los créditos en ningún corte); incluye la canción más larga de la historia de la formación (“Empire Of The Clouds”, compuesta por Dickinson, que, además, es quien toca el piano); la portada pinta el logo original de Iron Maiden que no veíamos desde The X Factor, lanzado en 1995; se grabó antes de que le fueran diagnosticados a Dickinson varios tumores en la lengua y sale a la venta con el ‘totalmente recuperado’ del cantante; es la decimosexta obra de estudio del conjunto y desde The Final Frontier ya han pasado cinco años, el mayor periodo entre disco y disco desde que están en activo. Ah, y Iron Maiden es un mito del heavy metal y una de las bandas más exitosas e importantes de las tres últimas décadas.

¡Uf! ¡Demasiado que asimilar! Un resumen rápido podría ser: The Book of Souls es uno de lostrabajos más esperados de 2015, una victoria personal para Dickinson y un motivo más para los millones de fans de Maiden que hay en todo el mundo para volverles a ver encima de un escenario.

Como hay mucha tela que cortar, vayamos disco por disco, no sin antes comentar varias cosas generales: Maiden recupera el gusto por las melodías directas, que resulta en unas canciones más accesibles y comerciales, que pueden llegar a recordar a sus trabajos más queridos (Powerslave, The Number of the Beast, Seventh Son of a Seventh Son). El sonido es nítido, compacto y 100% Maiden, para nada dentro de la guerra del ruido y de las compresiones extremas, algo que se agradece enormemente en este estilo. Nadie diría que Dickinson estaba enfermo cuando grabó estos temas. Ahora sí, le damos al play.

Disco 1

Un pad y un sintetizador que crean un ambiente intrigante son el colchón para unas disonantes melodías vocales y con mucho delay en “If Eternity Should Fail”. Parece que Dickinson compuso este tema para su proyecto en solitario, pero enseguida apreciarás que es una medio tempo bastante típica de la Doncella de Hierro (cada vez que alguien pronuncia el nombre en español, muere un gatito, así que evitaremos volver a hacerlo, lo siento mucho, no volverá a ocurrir). Las directas estrofas, con el típico palm mute cabalgante de guitarras encima de esecharles tan marca de la casa de McBrain conducen a un estribillo con una melodía muy clara y predecible. Y será una buena noticia para los que ya estaban cansados de los Iron Maiden más progresivos. Esto es un corte de heavy melódico sin más paliativos, incluyendo el pasaje instrumental, con solos sencillos y otros doblados en los que cada cual tiene su momento de lucimiento. Estribillo para acabar y, para rematar, un outro acústico con un discurso con voz distorsionada. Sí, ya han pasado casi ocho minutos y medio. No se hace cuesta arriba porque la banda sabe mantener bien la intensidad. Buenas noticias.

“Speed of Light” fue el primer adelanto que nos presentó el grupo, así que probablemente ya lo hayas escuchado y tengas tu propia idea en la cabeza. Como siempre, hay quien se quedó igual y otros que lo disfrutaron. Cuando lo volváis a escuchar en el contexto del álbum, lo apreciaréis mejor como lo que es: un tema muy rockero, pegadizo y que pretende emular a los grandes singles de la formación. El riff es matador y la evolución armónica de las guitarras, muy Maiden, salvo ciertos leads, que recuerdan al folk del bueno de Gary Moore. El estribillo (“Shadows and the stars / We will not return/ Humanity won’t save us / At the speed of light”) seguro que acaba siendo coreado por miles de gargantas en cada concierto y es por eso que se repite hasta tres veces al final. ¡Y tiene un videoclip homenaje a los videojuegos!

Típicos arpegios en limpio de Maiden y la voz grave de contador de historias que tan bien maneja Dickinson nos dan la bienvenida en “The Great Unknown”, que enseguida gana fuerza y se convierte en una lenta medio tempo para contonear bien la cabeza de un lado a otro. Escucho algo incómodo a Dickinson en algunas partes agudas, lo que, unido a una falta de punch en las melodías vocales, hacen de este uno de los cortes más normalitos del disco 1 (que no malo, ojo). Los solos de guitarra son efectivos, pero poco memorables.

El breve solo de bajo del principio de “The Red And The Black” da el escopetazo de salida para un tema que se extiende a los trece minutos y medio. Tiene un aire folk que agradará a los seguidores más tradicionales de la era Dickinson, y es que, aparte de esos leads de guitarra tan juguetones, la voz se une con las seis cuerdas para hacer las mismas melodías, algo que no se suele hacer demasiado en el rock (o al menos no durante varios minutos seguidos, como es el caso).

Esas melodías entran a la primera y, además, vienen complementadas por unos ‘oh, oh, oh’ que derrumbarán cualquier recinto en el que la banda toque. En la parte instrumental aparecen unos arreglos de teclado y sintetizador que se quedarán para el resto de la canción y que le dan un punto de brillo muy interesante. No faltan los solos de guitarra correspondientes que, afortunadamente, mezclan un punto de virtuosismo rockero con esas escalas que luego sirven para que la gente coree (si has estado en un show de Maiden alguna vez, sabes a lo que me refiero). Quizá podrían haberle metido un poco la tijera para que no fuera tan largo, pero creo que será uno de los favoritos de los fans de la formación británica, tanto de las etapas más directas como de las más ‘progresivas’.

“When The River Runs Deep” tiene un riff inicial que parece incompleto, pero el efecto que consigue es resultón mientras Dickinson grita los primeros versos. Tiene un regusto rockero y heavy de la vieja escuela que se combina con unas segundas voces enriquecedoras, unos cambios de tempo que le dan bastante aire y unas guitarras muy bien trabajadas. Otra de las menos destacadas, pero, de nuevo, no por ello mala.

El arpegio medieval con guitarra acústica de “The Book of Souls” parece dar una pista clara: se avecina una canción larga de Maiden. Seguro que Richie Blackmore sonríe al escuchar ese riff arabesco, que suena ‘muy Rainbow’ (aunque los más jóvenes pensarán en la etapa Gaia IIde Mägo de Oz). A partir de aquí, las melodías van provocando un clímax para enfatizar el estribillo, en el que Dickinson hace gala de su particular timbre agudo. Se repite todo de nuevo una segunda vez y después llega la parte instrumental, con unas cuantas escalas de guitarra para corear bien alto. Me encanta que de repente gane ritmo e intensidad, aunque me hubiera gustado que siguieran pisando el acelerador un poco más (sobre gustos…).

Disco 2

Los cuarenta y dos minutos del segundo CD arrancan con un redoble y unas melodías de guitarra que parecen sacadas de cualquier clásico de la banda. “Death or Glory” tiene un ritmo galopante vacilón, que permite a Dickinson cantar con un ‘flow’ bastante pegadizo en las estrofas. Enseguida llega un precoro muy contundente y épico, que sirve de genial puente para un estribillo sencillo y efectivo. La estructura va al grano y es que, si he de apostar, diría que este tema apunta a segundo single. Directo a la yugular y con todos los ingredientes que encuentras en los hits de Maiden: buenos y melódicos guitarreos, versos que entran a la primera y ese sonido de heavy clásico inconfundible.

El oscuro lead de guitarra de “Shadows of the Valley” puede recordar ciertamente a Judas Priest, pero en cuanto entra Dickinson se despejan todas las dudas. Siguiendo el ejemplo del santo “Run To The Hills”, tiene un inicio calmado que luego da paso a una parte más rítmica, en la que el bajo domina el groove (como sucede en todo el álbum, por otra parte). Aunque echo de menos algo de fuerza en el arabesco estribillo, los arreglos de teclado y las guitarras más de fondo hacen que te fijes más en las melodías y no tanto en la base rítmica. Me encanta el trabajo de guitarras (ese riff de después del estribillo es adictivo), muy fluido y melódico. Es uno de los temas que más partido le saca a las tres guitarras. Los coros finales (“oh, oh, oh”) serán una fiesta en directo.

Una de las más especiales del álbum es “Tears of a Clown”. Aparte de que la letra habla de la depresión y posterior suicidio de Robin Williams (de ahí el título del tema), lo cual es un gesto bastante humano por parte de la banda, musicalmente consigue crear una ambientación entre lo épico y lo sentimental que me parece soberbia. Dickinson canta con una calidez y feeling especiales en un registro más comedido pero igualmente poderoso. En lo musical, es una canción entre el hard rock y el heavy clásico con una producción que mima los detalles (no digo que en el resto del trabajo no lo estén, pero aquí se hace especialmente patente). Sencilla, emotiva y melódica.

“The Man Of Sorrows” tiene un exquisita intro de guitarra, tocada con muchísimo gusto. Le siguen arpegios, la voz cuentahistorias de Bruce y pronto entrará la batería y el resto de la banda con un ritmo lento, pero muy contundente. Se va animando poco a poco con cambios muy progresivos y una atmósfera grandilocuente que podría haber explotado con un estribillo más directo, pero el grupo opta por la pomposidad en su lugar. A algunos las melodías les parecerán cansinas, a otros les encantarán. Quizá sea de las menos directas del álbum, así que tendrás que darle varias oportunidades antes de cogerle el gusto a ese espíritu medio Pink Floyd que tiene (especialmente de cara al final).

Y aquí llega el mastodonte, la canción más larga de la discografía de Iron Maiden, “Empire of the Clouds”. Compuesta enteramente por Dickinson, empieza con un piano bastante folk que toca el propio cantante. De hecho, al parecer pasó largas horas en una cabina aislado sacando estas melodías y luego decidió grabar todos los pianos él solo, así que el resto de compañeros tuvieron que seguirle el ritmo después en el estudio.

Aunque armónicamente me parece brillante en los primeros compases, he de reconocer que los primeros siete minutos se hacen algo repetitivos, porque juegan con la misma melodía una y otra vez (incluyendo más instrumentos y arreglos cada vez, eso sí). Sin embargo, a partir de entonces aparecen otras melodías, riffs y atmósferas que van sumando intensidad a un tema sesudo y en el que la banda ofrece todo lo que tiene encima de la mesa. Los últimos minutos, en los que las melodías de guitarras adelantan lo que será la aguda melodía de algunos versos posteriores, son para enmarcar (si te gusta el rock progresivo, claro). Y el final, que convierte al corte en una obra circular, sirve perfectamente de catarsis musical. Como siempre con este tipo de composiciones, no es para todos los públicos, aunque no por ello hay que dejar de apreciar el curro que tiene detrás en todos los sentidos.

Conclusión

Te podrán gustar más o menos estas once canciones, pero escuchamos a una banda fiel a sí misma y coherente con su propia herencia musical. Han sabido mezclar inteligentemente sus partes más directas y melódicas con los entramados más progresivos, y el resultado es un disco comercial que tiene pasajes tanto cañeros, como complejos como pegadizos. En lo musical te encuentras a un batería que nunca fue espectacular, pero que todo lo toca correcto y con ese sonido tan reconocible y seco; un trío de guitarras más engrasado que nunca; un bajo omnipresente (y sin el que Iron Maiden no sería lo que es) y un Bruce Dickinson que, aunque rebaja tonalidades para ocultar los años, sigue dando la nota con maestría y potencia. Creo que, con este decimosexto trabajo, el mito Maiden se hace más grande y alimentará por seguro a sus millones de fans. En mi opinión, un trabajo completísimo y muy recomendable.

¡Que empiece el debate!